jueves, 30 de agosto de 2007

El calor me mata

Calor, mucho calor...

Tanto que mi cerebro se declara en huelga de neuronas caídas. ¡Socorro! Miedo me da la próxima factura de la electricidad con el aire acondicionado en marcha toda la noche, única forma de poder dormir. Y pensar que, según los agoreros científicos, cada año será peor… Que Dios nos pille confesados y con el aire acondicionado en marcha. Para colmo, ante la escasez de agua por estos pagos, ni siquiera es recomendable abusar del remedio sano de la duchita fresca.


Es que el calor se vuelve en mi contra, me aplasta como una apisonadora y deja mi ánimo como una papilla informe. Gente de latitudes no tan favorecidas, climatológicamente hablando, me reprochan que no me guste la playa. Lo que no soporto son las aglomeraciones, las peleas por unos centímetros cuadrados donde depositar la toalla, los balonazos de los críos, la arena hasta en la boca y, además de muchos otros factores, las quemaduras del sol. Debo de tener una especie de heliofobia, si es que existe, porque tener que moverme bajo el sol fuerte se convierte en una pesadilla. Me dice mi hermana que soy una mata de sombra y se ríe de la palidez de mi piel cuando a todo el mundo le da por estar moreno.

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